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  • Foto del escritorRed de Servidores Públicos

La Copa se vino a Latinoamérica no más

Melisa Trad


Cuando dijeron que el de Qatar era uno de los mundiales más polémicos que hemos vivido hasta ahora, las y los argentinos nos miramos de reojo, con el recuerdo vivo del Mundial del '78 que se jugó en estas tierras, a metros de donde la Dictadura Militar torturaba y desaparecía a nuestra gente.


En 2010 Qatar obtuvo el derecho a organizar el Mundial en medio de denuncias de corrupción. La FIFA reconoció que su junta directiva recibió sobornos para votar a favor de Qatar y esto condujo a arrestos y a un recambio de la cúpula del organismo. Mal parido empezaba el camino hacia el primer Mundial en llevarse a cabo en un país árabe.


Cuando llegué a Qatar, pensaba que no había visto nunca un lugar como este: sin ningún callejón demasiado oscuro ni basura desparramada ni gente pidiendo limosnas. Los relatos de los locales, enorgulleciéndose de los niveles de seguridad de este país, contribuyen a esa imagen pulcra. Por eso mismo parece una locura pensar que detrás de estos edificios modernos y lujosos, detrás de las luces y el maquillaje de una «ciudad del futuro», podía haber gente viviendo en condiciones infrahumanas.


Las cámaras han ayudado a ver de primera mano las condiciones de explotación de migrantes, la falta de derechos para las mujeres o grupos LGBTIQ+ en Qatar. Las organizaciones de derechos humanos lo han refrendado y han denunciado las muertes por calor y agotamiento en la construcción de infraestructura para el Mundial, en un país que en verano puede superar los 50°. El gobierno qatarí se ampara en que la cantidad de muertes es proporcional al tamaño de la fuerza laboral migrante. Las personas que entrevisté me dijeron que es todo fake news y que se murió la misma cantidad de gente que muere siempre en el marco de estos trabajos riesgosos. «Esto es una campaña de racismo contra los árabes», me aseguró el contador de una empresa constructora.


A estas alturas no cabe duda de que Qatar, uno de los mayores productores de gas y petróleo en el mundo, recurrió al estratégico «sports-washing» para ocultar algunas cositas debajo de la alfombra y usar así al deporte como una herramienta de soft-power.


¿Qué se hace entonces con toda esa información? Resulta curioso que esos mismos que se rasgaron las vestiduras por boicotear al Mundial, no tienen ninguna intención de dejar de negociar a lo grande con estos países «incómodos» mientras nos piden a nosotres apagar el televisor. Tampoco podemos evitar preguntarnos con qué vara se mide cada cosa. ¿Dónde elegimos mirar? A Rusia no se le permitió jugar este Mundial por la invasión a Ucrania, pero nadie dijo nada de las muertes por la represión del régimen iraní a su propio pueblo. Tampoco de todos esos países que todavía

ocupan territorios internacionalmente señalados como pendientes de descolonización, como Marruecos con el pueblo saharaui o Inglaterra con las islas Malvinas. ¿Vamos

a hablar también de que el próximo Mundial se realizará en parte en Estados Unidos, donde nuestros migrantes de Latinoamérica sufren condiciones que tampoco están muy cerca del respeto a sus derechos humanos?


El deporte es mucho más que un juego y en buena hora que demos estos debates. Así como el mundo árabe se acomodó bajo las alas de Marruecos cuando fue el único país

de esa región en llegar tan lejos en una Copa del Mundo, así también el tercer mundo lo

hizo con Argentina cuando levantó la Copa después de derrotar a un poder colonial del

"primer mundo" como Francia. El fútbol, ese lugar hermoso donde el mundo encuentra equilibrio por un ratito.






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