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La democracia norteamericana en acecho

Oriana González Villarroel



Un sistema democrático que ha perdido la capacidad de conciliar posturas opuestas dentro de un gobierno común es como un sistema inmunológico cuyas desmejoradas condiciones le impiden defenderse de un virus. En este caso no hablamos de COVID-19 sino de polarización.

Mucho se habla de la polarización, pero así como sucede con otros conceptos como “populismo” o “posverdad”, poco se llega a comprender cuales son las causas y los efectos reales de un fenómeno que incluso puede ser considerado como deseable dentro de cualquier democracia. Lo que ya nadie cuestiona es que la polarización, oportunidad para unos y amenaza para otros, ha transformado los partidos, las instituciones y las percepciones de los norteamericanos mucho antes de la llegada de Donald Trump al poder, pero ¿es que acaso no se habían dado cuenta?

Muchos, sin duda, lo hicieron. Mas no es el objetivo de este artículo distribuir culpas, tampoco ubicar los eventos que desencadenaron un progresivo aumento de la polarización. Lo que busco en los próximos párrafos es realizar un acercamiento teórico a los significados y los alcances de lo que hoy entendemos como polarización.


Definiendo la polarización


La ambigüedad de conceptos utilizados para definirla y las dificultades para realizar comprobaciones empíricas sobre la existencia de la polarización, particularmente en las masas, hacen que la polarización se entienda más como un proceso que como un estado.

Existen 3 maneras de comprender el concepto: (1) como una noción intuitiva en la cual las observaciones se distribuyen de forma bimodal, es decir, la presencia de principios, tendencias y/o puntos de vista opuestos-conflictivos; (2) como una actitud tribal en la cual los grupos se agrupan y compiten entre sí en un juego de suma cero, donde la negociación y el compromiso son percibidos como traición; y (3) como el grado de coherencia en las respuestas de los individuos en las dimensiones del pensamiento político.

La última definición, mejor conocida como “consistencia ideológica”, fue desarrollada por el Pew Research Center para estudiar la propensión que tienen los votantes a ciertas opiniones y el éxito que tendríamos de predecirlas de acuerdo a las actitudes de los individuos. Es así como hoy podemos entender el distanciamiento del Partido Republicano y el Partido Demócrata en dos grandes polos ideológicos (liberal- conservador).


Fuente: Pew Research Center.


Las razones detrás de esta tendencia son variadas, pero es generalmente aceptado que surge de comportamientos psicológico-conductuales que llevan a las personas a cambiar sus posturas frente a ciertos temas para hacerlas más coherentes con su identificación partidista o a cambiar su identificación partidista para que concuerde con sus posiciones temáticas.

El grado de involucramiento en la política es determinante para comprender el grado de polarización que puede llegar a manifestarse; no obstante, existen tres niveles de participación que condicionan la manera en la que la polarización se hace visible: en las elites, en los militantes y en las masas. Las élites se polarizan ideológicamente, generando posturas más extremas en asuntos de política pública; los militantes se alinean con mayor solidez a las ideologías “puras”; y las masas (incluyendo a los anteriores) generan dinámicas de aversión y odio mantenidas hacia el contrario, disminuyendo así la voluntad hacia la búsqueda de consensos y potencia la percepción del contrario como enemigo.


Hacia un estudio de las causas


Carothers y O’Donohue (2019) aclaran las características que hacen de la polarización estadounidense inusualmente abarcadora y aguda en comparación al resto de los países: los autores explican que la lucha sociocultural entre las visiones conservadoras y progresistas del país han sido un conflicto histórico de profunda raíz y, además, existen rasgos sociológicos que construyen una poderosa alineación entre lo étnico, lo ideológico y lo religioso (el llamado triángulo de hierro) que profundiza las divisiones identitarias entre la población.

Existe un debate respecto a quienes fueron (y siguen siendo) los causantes de la polarización: las masas o las élites. Abramowitz (2010) afirma que la polarización ideológica ha aumentado entre los estadounidenses de a pie desde la década de 1970, sobre todo entre aquellos más educados y comprometidos; siendo estos grupos electorales hiperpartidistas que exigen posturas más extremas aquellos verdaderos causantes de la polarización.

Pero la gran proporción de académicos en la materia se inclina hacia el lado contrario. Fiorina (2016) señala que los estadounidenses siguen siendo mayoritariamente centristas y son las élites quienes han ejercido una representación inadecuada de la voluntad popular y han aumentado las brechas polarizantes como consecuencia de la reordenación de los partidos, en los cuales ahora sólo los liberales son demócratas y sólo los conservadores son republicanos.

Los estudios de DiMaggio et al. (1996), Prior (2013) y el Pew Research Center (2014) respaldan esta perspectiva y llegan a darnos impresionantes datos:

Cuando las respuestas a 10 preguntas se escalan juntas para crear una medida de consistencia ideológica, el republicano mediano (medio) es ahora más conservador que casi todos los demócratas (94%), y el demócrata mediano es más liberal que el 92% de los republicanos. (Pew Research Center)

Hay quienes ven este fenómeno como el resultado de una tendencia histórica que se desató con el quiebre del sistema político tripartito de finales de la década de 1960 y otros que ubican sus orígenes recientes en la recuperación y las estrategias del Partido Republicano desde 1992, el escándalo de Mónica Lewinsky en 1998, las drásticas divergencias entre los representantes de la Cámara de Representantes durante el período presidencial de George W. Bush (2001- 2009) y la incapacidad de Obama para apoyar numerosos proyectos de ley, entre los cuales se hizo ícono de la polarización la Ley de Asistencia Asequible (Obamacare).


Dentro de los sucesos recientes destacan las estrategias electorales utilizadas para maximizar la participación de las bases, que recuerdan a los discursos sensacionalistas de Sarah Palin o la conexión entre Donald Trump y los rednecks (o incluso, los supremacistas blancos). También existe una fuerte línea argumental por parte de académicos y políticos que culpabilizan a los medios de comunicación y las redes sociales de amplificar mensajes morales y emocionales que facilitan la organización de comunidades digitales basadas en conflictos tribales.

Un experimento demostró que la constante exposición a puntos de vista opuestos en Twitter puede aumentar la polarización ideológica entre las personas, sobre todo en los grupos más conservadores. No obstante, existen explicaciones con más potencialidad polarizante como la creación de algoritmos que promueven el contenido divisivo y sensacionalista, el aumento de la carga afectiva que poseen las noticias, el enfoque en el “infoentretenimiento” para garantizar la atención de más personas hacia las figuras políticas y/o electorales, la fragmentación de la audiencia en el mercado de noticias, la amplia cobertura de los momentos de mayor conflictividad, entre otros.

Ello nos da a entender que el problema no es la existencia del medio sino su ideologización; el auge de la radio a partir de la década de 1920 tuvo un efecto despolarizador en la población por la neutralidad de la información que la generalidad de la sociedad comenzaba a recibir y, al inicio de su despegue, la televisión permitió disminuir posturas extremistas por parte de congresistas. Ahora, los medios partidistas protagonizan las vías de información pública, generan mayores índices de desconfianza entre las personas y otorgan el triple de atención a representantes de posturas extremas, frente a los moderados (el caso de la amplia exposición de la congresista Alexandra Ocasio-Cortez supone un ejemplo interesante en este punto).


Ahora, ¿cómo nos afecta?


La polarización puede llegar a trastornar todos los tipos de relaciones sociales que mantenemos con otras personas o grupos de personas. Flynn, Brendan y Reifler (2016) explican como en medio de situaciones polarizadas los individuos poseen mayor tendencia a pensar y actuar de acuerdo a identidades de grupo para reforzar los lazos de lealtad existentes, en vez de razonar según la propia voluntad.

Lo más peligroso de este fenómeno es el efecto destructivo que tiene sobre las normas informales de tolerancia y moderación para mantener la competencia política dentro de los límites. De acuerdo a Pomeroy (2005), los desacuerdos aumentan aproximadamente 5% cada año, lo que indica un descenso drástico de la capacidad de las instituciones políticas como el Congreso y el Senado, cuyas mayorías necesarias para la aprobación de leyes tienden a la baja, reduciendo así la innovación política y la capacidad de adaptarse a los cambios económicos, sociales y demográficos.

Veamos algunos ejemplos:


1. Quiebre de los empates en el Senado por el Vicepresidente: El estrechamiento de las mayorías en el tiempo ha dificultado la aprobación de mociones en el Senado, provocando empates técnicos que deben ser resueltos por el VP de turno. Hasta la Vicepresidencia de Mike Pence, quien ejerció 13 votos de desempate durante su gestión, el número máximo anterior había sido de únicamente 3 (por los ex vicepresidentes Dick Cheney, Al Gore y George W. Bush).





















Fuente: Pew Research Center.


2. Shutdowns (cierres): Un shutdown es la interrupción de todas las funciones discrecionales no esenciales como consecuencia de la falta de aprobación del presupuesto anual en el Congreso que, a su vez, significa la falta de compromisos suficientes entre los partidos políticos predominantes. El cierre más duradero en la historia de los Estados Unidos se dio durante la administración de Trump, con un total de 35 días.


3. Aumento de la violencia: Desde las elecciones del año 2016 (Donald Trump vs. Hillary Clinton) han aumentado los delitos de odio y, según Jilani y Smith (2019), parece que cada vez más los estadounidenses respaldan la idea de violencia intergrupal. En un estudio previo, los autores relacionan tales tendencias con el aumento de la identidad partidista como factor decisivo del comportamiento y la autopercepción de las personas. En la realidad, esto se ha demostrado con los traumáticos episodios del 12 de agosto del 2017 en Charlottesville (Virginia), las reacciones violentas de grupos denominamos como “supremacistas blancos” a la serie de manifestaciones promovidas por el movimiento Black Lives Matter, la aparición de grupos extremistas como los Proud Boys (extrema derecha) y Antifa (extrema izquierda), y el asalto al

Capitolio del pasado 6 de enero del 2021.


Existen diversidad de consecuencias que si bien no serán profundizadas, deben tomarse en cuenta: las parálisis legislativas (gridlocks), una menor productividad del Congreso, la pérdida de la eficiencia de la burocracia estatal, la politización del Poder Judicial y el auge de un modelo de federalismo no-cooperativo.

Cada uno de ellos afecta directa o indirectamente en la percepción que tienen los ciudadanos en torno a su sistema político. Por ello, causa enorme preocupación el hecho de que la confianza en las instituciones se encuentre en mínimos históricos:


Fuente: Pew Research Center.


Consideraciones finales


La polarización entre las élites y los partidos políticos no es inequívocamente mala, por el contrario, las democracias funcionan mejor cuando los partidos ofrecen diferentes opciones políticas debido a que le permite a los votantes responsabilizar del posible fracaso de determinado enfoque político (Teoría del Partido Responsable); por lo que, siguiendo las palabras de McCarthy (2019), “cierto grado de polarización es necesario para la representación política y la rendición de cuentas”.

Desde una perspectiva madisoniana, solo existen dos métodos para eliminar la polarización: destruyendo la libertad que es esencial para su existencia o dando a cada ciudadano las mismas opiniones, pasiones e intereses. Por supuesto, ninguna de las dos opciones parecen vías posibles para el mantenimiento de un sistema democrático, pero el sistema democrático como se le conoce cada vez se encuentra en un mayor grado de debilidad por tales diferencias.

Lo que hace de estas diferencias distintas a las demás es la irreconciabilidad y la violencia con la que son manifestadas, materializando así un fenómeno que poco tienen que ver con la pluralidad de visiones, sino con la incapacidad (en valores y prácticas cívico-políticas) para manejarlas y resolverlas. De allí que Iyengar y Westwood (2014) alerten sobre la confrontación, en lugar de cooperación, que se ve incentivado por los efectos partidistas hacia las élites.


Es por ello que aún cuando al hablar de polarización siempre nos manejamos en términos de incertidumbre por las limitaciones que tiene la ciencia política para la demostración empírica de sus alcances y manifestaciones, sería irresponsable dejar de alertar sobre el peligro que hoy corre la democracia estadounidense. Ahora, el cómo solucionarlo supone el reto que los líderes políticos y la sociedad civil deberán resolver en los próximos años.


Referencias


● Andris C, Lee D, Hamilton MJ, Martino M, Gunning CE, et al. (2015) The Rise of Partisanship and Super-Cooperators in the U.S. House of Representatives. PLoS ONE.

● Carothers, T. & O’Donohue, A. (2019). Democracies Divided: The Global Challenge of Political Polarization.

● Fiorina, M. y. Abrahams, S. (2008). Political Polarization in the American Public.

● McCarthy, N. (2019). Polarization: What Everyone Needs To Know. Oxford Press.

● Pew Research Center. (2014). Political polarization in the american public.

● Prior, M. (2013). Media and Political Polarization. Princeton University.

● PNAS. (2018). Exposure to opposing views on social media can increase political polarization.

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