Sebastián Morales
En estos tiempos inciertos y de inestabilidad política, con motivación de mis amigos, me animo a escribir unas reflexiones sobre la vocación de servicio público. Sin embargo, esta vocación no se ha vivido desde la función pública o el servicio civil nacional, y entiendo que muchos de nosotros no hemos alcanzado directamente esa meta, ya sea por la inestabilidad, la paga, los espacios cerrados o un cambio de expectativas de carrera. Es así como finalmente muchos terminamos trabajando en proyectos y sectores diferentes, pero relacionados.
Tuve la suerte de comenzar un trabajo relacionado a mi carrera de politólogo un día antes de mi ceremonia de graduación. Este trabajo no era en una agencia de gobierno ni en un partido político, sino en una organización de la sociedad civil. En Guatemala Visible, tuve la oportunidad de observar y describir los procesos de nominaciones y elecciones de magistrados, así como de escuchar y organizar muchas de las propuestas de reforma electoral de otras organizaciones.
La experiencia de combinar una serie de habilidades que ya había aprendido y otras que tuve que adquirir en el camino fue muy interesante. Como politólogo debía cumplir con el análisis político del panorama; describir las decisiones de políticos, prever sus consecuencias y predecir algunos escenarios. También me vi un poco involucrado en el rol de periodista -algo que de niño siempre me llamó la atención por la ávida lectura del periódico en casa, pero sobre todo por mi interés en los deportes- contando y detallando cómo habían sucedido las cosas, por qué, y pasándolas a un lenguaje más general y menos especializado para varios nichos de lectores. Muy interesante también el asistir a programas de radio, dar algunas interpretaciones y valoraciones de lo que pasaba, pensar si había alguien del otro lado interesado o medianamente comprendiendo las mil vueltas que daba en mi cabeza tratando de ser objetivo sin mostrar a veces algo de cólera a veces tomaba control de mi lengua y quería soltar algún puñetazo desde allí.
Finalmente, hasta me sentía a veces en el rol el cabildeo, ahora llamado lobbying a veces con tono despectivo. Tratando de organizar alguna reunión con una que otra figura política que daba esperanza a veces real, a veces no tanto. Entre estas, colocar en una misma mesa a estudiantes, diputados y otros funcionarios tratando de mejorar el diálogo y la transparencia de las complejas decisiones llenas de lenguaje jurídico innecesariamente complicado, aunque a veces parece intencional.
Leyendo la última obra de los famosos Acemoglu y Robinson, «El corredor estrecho», recordé la importancia de la sociedad civil en ese camino de la libertad y los derechos. Es frustrante que tan a menudo desde los sectores de ciudadanía se quede todo limitado a «aportar un granito de arena», cuando se puede hacer más. También es importante comprender que no siempre se pueden hacer las cosas y que nunca se puede hacer todo lo que uno quisiera. Pero lo más importante es que sin el trabajo de la sociedad civil organizada, de esos grupos de personas que se coordinan para fortalecer al Estado, pero a su vez, limitarlo (encadenarlo), sin eso el esfuerzo de la democracia, del servicio desde el Estado y la burocracia es en vano o para mal.
No se necesita de tener la ONG más fuerte y grande del país, y tampoco de conformarse con un granito de arena. Más bien se trata de pensar en la acción desde esos espacios como la de aquel defensa que sabiendo que se enfrenta al equipo goleador, no deja de pelear cada balón, y que, aunque es muy probable que al final le hagan el gol, sabe que hizo lo correcto con evitar que hicieran otros tres.
Es así como comparto, después de un tiempo, mi experiencia de haber pasado por la sociedad civil en un país en el que el Estado es limitado, ineficiente y muchas veces cierra los espacios en los que uno quisiera intervenir directamente. Sin embargo, recordando que al ser esta una vocación y no una carrera, en el servicio no hay fecha de graduación. Es un trabajo que se hace día con día, desde el espacio en el que uno se encuentra, porque es uno de los sentidos de vida para uno mismo y para los demás. Puede que no haya victoria, no porque sea una derrota, sino porque no es una batalla, es un largo caminar sin un destino, un viaje en el que lo que se recuerda no es el final sino cada día que pasó en medio. Así como con el programa de Botín, la graduación en Rio de Janeiro aunque estuvo llena de emoción, no es la mayor marca, sino cada enseñanza a lo largo del programa.
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